Dr. RAFAEL PAZ V.
1. Introducción
Las patologías musculoesqueléticas (PME) —como la lumbalgia crónica, la artritis reumatoide, la osteoartrosis y la fibromialgia— constituyen una de las principales causas de dolor, discapacidad y pérdida de calidad de vida a nivel global [1]. El abordaje tradicional ha sido fundamentalmente biomédico, centrado en la lesión anatómica y la disfunción física.
Sin embargo, la evidencia acumulada en las últimas décadas demuestra de forma contundente que los factores psicosociales desempeñan un papel decisivo en la experiencia del dolor, la discapacidad asociada, la respuesta al tratamiento y la evolución de estas enfermedades [2]. Ignorar esta dimensión implica subestimar la complejidad real del dolor crónico musculoesquelético.
2. Relación bidireccional entre el dolor y los factores psicosociales
La interacción entre cuerpo y mente en las PME es claramente bidireccional. El dolor crónico no es solo un fenómeno sensorial; es una experiencia compleja modulada por emociones, cogniciones y por el contexto social del individuo [3].
a) Impacto de la PME en la salud mental
El dolor persistente, la limitación funcional y la reducción de la participación en la vida laboral, familiar y social favorecen la aparición o agravamiento de trastornos psicológicos. Depresión y ansiedad son comorbilidades extremadamente frecuentes en pacientes con PME crónicas, con prevalencias que pueden superar el 30–50 % en entidades como la fibromialgia y la lumbalgia crónica [4]. A ello se suman el insomnio, la irritabilidad, el estrés y el sentimiento de pérdida de rol.
b) Impacto de los factores psicosociales en la PME
Factores como el catastrofismo (tendencia a magnificar la amenaza del dolor), el miedo al movimiento (kinesiofobia), las creencias erróneas sobre el dolor, el estrés laboral o familiar y la falta de apoyo social actúan como potentes predictores de cronicidad, mayor discapacidad y peor respuesta al tratamiento [5]. En otras palabras, los factores psicosociales no solo acompañan al dolor, sino que pueden amplificarlo y perpetuarlo.
3. Diagnóstico y evolución: integrando la dimensión psicosocial
Un diagnóstico adecuado en las PME debe ir mucho más allá de identificar una lesión estructural. La evaluación clínica integral exige incluir de manera sistemática la valoración de los denominados “factores de riesgo psicosocial” o “banderas amarillas” [6], entre los que se encuentran:
Creencias negativas sobre el dolor y la recuperación.
Conductas de evitación por miedo al dolor (kinesiofobia).
Estado de ánimo depresivo o ansioso.
Expectativas pasivas frente al tratamiento (“el médico tiene que arreglarme”).
Problemas en el entorno laboral (insatisfacción, alto estrés, conflictos) y/o escaso apoyo social.
La evolución de una PME está profundamente condicionada por estos factores. Así, un paciente con una hernia discal leve pero con alto catastrofismo y gran miedo al movimiento puede presentar una discapacidad mayor y una recuperación más lenta que otro paciente con una lesión estructural más severa pero con mejores estrategias de afrontamiento y apoyo social [7].
Reconocer estas diferencias permite anticipar qué pacientes presentan mayor riesgo de cronicidad y ajustar el plan terapéutico desde el inicio.
4. La importancia de la evaluación psicológica y psiquiátrica
Dada la estrecha interrelación entre dimensiones física y psicosocial, la participación de profesionales de la salud mental (psicólogos y psiquiatras) no debe considerarse un complemento opcional, sino un componente esencial del manejo integral de las PME crónicas.
a) Evaluación psicológica
El psicólogo clínico o de la salud realiza una valoración detallada mediante entrevistas y cuestionarios estandarizados, orientada a identificar los factores de riesgo psicosocial ya descritos [8]. Esta evaluación permite:
Caracterizar el estilo de afrontamiento y las estrategias de manejo del dolor.
Detectar trastornos de ansiedad, del estado de ánimo o de adaptación.
Valorar el impacto del dolor en la calidad de vida y en los distintos roles del paciente.
Establecer una línea base para el seguimiento y para la intervención psicológica.
b) Evaluación psiquiátrica
La intervención del psiquiatra resulta fundamental cuando se sospecha la presencia de un trastorno mental comórbido que requiera manejo farmacológico, como un trastorno depresivo mayor, un trastorno de ansiedad generalizada o un trastorno por uso de sustancias [9]. Entre sus funciones se incluyen:
Realizar un diagnóstico psiquiátrico formal.
Prescribir psicofármacos (por ejemplo, antidepresivos o antiepilépticos) que han demostrado eficacia tanto para los síntomas psiquiátricos como para el control del dolor neuropático y otros tipos de dolor crónico [10].
Coordinar el plan de tratamiento con el resto del equipo (médicos, fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, psicólogos), favoreciendo un abordaje coherente y multidisciplinario.
La integración de estas evaluaciones permite aplicar de forma real un modelo biopsicosocial. En él se combinan las intervenciones físicas (fisioterapia, ejercicio terapéutico, analgesia) con intervenciones psicológicas basadas en la evidencia, como la terapia cognitivo-conductual (TCC), la terapia de aceptación y compromiso (ACT) o los programas de mindfulness, que han demostrado reducir la intensidad del dolor, la discapacidad y la angustia emocional [11].
5. Conclusión
Las patologías musculoesqueléticas no pueden comprenderse ni abordarse de manera eficaz si se ignora la influencia profunda de los factores psicosociales. La evaluación rutinaria y estructurada por psicólogos y psiquiatras debe considerarse un pilar del diagnóstico, del pronóstico y del tratamiento integral en el dolor musculoesquelético crónico.
Limitarse a tratar solo la dimensión física conduce a muchos pacientes a un ciclo de dolor, frustración y cronicidad. Por el contrario, la implementación coherente de un modelo biopsicosocial mejora los resultados clínicos, optimiza el uso de recursos sanitarios y responde a un imperativo ético en la práctica clínica contemporánea: atender a la persona en su totalidad, y no únicamente a su lesión.
Referencias
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Bair MJ, Robinson RL, Katon W, Kroenke K. Depression and pain comorbidity: a literature review. Arch Intern Med. 2003;163(20):2433–45.
Pincus T, Burton AK, Vogel S, Field AP. A systematic review of psychological factors as predictors of chronicity/disability in prospective cohorts of low back pain. Spine (Phila Pa 1976). 2002;27(5):E109–E120.
Kendall NAS, Linton SJ, Main CJ. Guide to Assessing Psychosocial Yellow Flags in Acute Low Back Pain: Risk Factors for Long-Term Disability and Work Loss. Wellington (NZ): Accident Compensation Corporation and the New Zealand Guidelines Group; 2004.
Vlaeyen JW, Linton SJ. Fear-avoidance and its consequences in chronic musculoskeletal pain: a state of the art. Pain. 2000;85(3):317–32.
Main CJ, George SZ. Psychologically informed practice for management of low back pain: future directions in practice and research. Phys Ther. 2011;91(5):820–4.
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Bennett MI, Simpson KH. Gabapentin and pregabalin for the treatment of neuropathic pain: a review of laboratory and clinical evidence. Pain Rev. 2004;11:S15–S26.
Williams AC, Eccleston C, Morley S. Psychological therapies for the management of chronic pain (excluding headache) in adults. Cochrane Database Syst Rev. 2012;11:CD007407.

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